La amistad

Construía Sócrates una pequeña casa, en las afueras de Atenas, cuando algunas personas le preguntaron para qué serviría esa minúscula habitación. Él contestó que era para sus amigos. Admirados le replicaron que ahí no cabría casi nadie y entonces, con su ya tradicional y fina ironía, respondió: «¡Qué diera yo por poder llenarla!»

Los amigos son escasos. Los puedes contar con los dedos de la mano y seguramente te sobrarán dedos. Por eso talvez no tengas muchos, pero los que tienes siempre serán suficientes para llenar tu alma. Un amigo es como la perla evangélica que, cuando la encuentras, vas y vendes todo, con tal de poseerla.

Un amigo no es un hermano de sangre, sino del corazón. Por eso, un hermano puede ser tu amigo, pero un amigo siempre será tu hermano.

Un amigo siempre estará ahí, aún cuando no lo necesites. A un amigo lo necesitas porque lo quieres; no lo quieres porque lo necesitas.

Con tus conocidos hablas, con tus amigos te comunicas. Un conocido te oye, un amigo te escucha, y lo más importante es que no te escucha con sus oídos, sino con su corazón.

El amigo fiel es refugio seguro; quien lo encuentra, encuentra un tesoro. (Eclesiástico 6:14)

Dios te conceda el tesoro de uno o más amigos.

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