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  • Los pelícanos

    Hace algunos años se suscitó un problema en Monterey, California. Esta ciudad se había convertido en un paraíso para los pelícanos. Una vez que los pescadores limpiaban los peces, les arrojaban las vísceras a los pelícanos. De esa manera, las aves se volvieron gordas y haraganas.

    Luego se descubrió un aprovechamiento comercial para las entrañas y los pelícanos se perdieron la comida gratis. Sin embargo, estas aves no hicieron ningún esfuerzo por conseguir el alimento por su cuenta. Se limitaron a esperar y a esperar que les arrojaran la dádiva que nunca más llegó. Muchos se murieron de hambre. Parecía que habían olvidado cómo pescar.

    ¿Cuál fue la solución? Importar pelícanos de otras partes para que los pelícanos locales vieran y aprendieran de nuevo la técnica de cazar para alimentarse y así recobraron el hábito de conseguir su sustento.

    ¿Cuáles pueden ser algunas enseñanzas de esta reflexión?

    • Son muchas las personas que dependen emocionalmente de muchas cosas y no son conscientes de ello. Darse cuenta y poner remedio puede ahorrar muchos sufrimientos.
    • Ante las dificultades debemos tener la capacidad para reaccionar y tomar otro camino pero jamás debemos darnos por vencidos.
    • Una cosa es ayudar, y otra muy distinta hacerle todo a los demás.
    • Es mejor enseñar y no hacerle todo a los demás.
  • La mentira

    Cuatro amigos de la universidad, suponiendo que el examen del lunes era por demás sencillo, se fueron a parrandear el fin de semana a una ciudad vecina. ¡La pasaron súper bien! Pero después de tanta fiesta durmieron todo el domingo y no regresaron hasta el lunes por la mañana.

    En lugar de entrar al examen final, decidieron que al terminar el examen hablarían con el profesor y le explicarían la razón por la que habían perdido el examen: le dirían que se habían ido de viaje el fin de semana y que planeaban estar de regreso y estudiar, pero desafortunadamente «se les pinchó» una llanta cuando venían de regreso, no tenían las herramientas y nadie les había querido ayudar.

    Como resultado de la aventura, perdieron el final. El profesor lo pensó y acordó hacerles el final al día siguiente. Los cuatro amigos estaban felices. Estudiaron toda la noche y llegaron al día siguiente a hacer la prueba.

    El profesor los puso en salones separados y les repartió la papeleta para que comenzaran.

    Vieron el primer problema, valía 5 puntos y era muy fácil. «¡Excelente!», pensó cada uno en su salón separado, «¡Esto va a estar muy fácil!»

    Cada uno terminó el problema y voltearon la página. En la segunda página estaba escrito:

    «Por 95 puntos: ¿Cuál llanta se pinchó?»

  • El temor a debilitarse

    Las personas que son débiles espiritualmente tienen muchos temores a debilitarse. Se sienten frágiles, y por eso creen que se pueden desgastar y enfermar por cualquier cosa. Pero ese mismo temor los debilita más y los expone a enfermarse. Además, como están pendientes de cualquier dolor, cada vez que comienzan a sentir algo fuera de lugar le dan demasiada importancia y comienzan a echarle la culpa a los demás, al trabajo, a la vida. Eso los lleva a reducir su actividad y sus contactos, a refugiarse en su pequeño mundo, a evitar los esfuerzos o las relaciones humanas más exigentes. Es como si renunciaran a vivir. Pero así las molestias se les hacen más grandes todavía, porque pasan a ser lo único que capta su atención profunda.

    Estas personas en realidad están un poco enfermas del alma, y esa enfermedad interior es la causa de muchos otros males que arruinan su existencia.

    Cuando sentimos que nos está sucediendo algo así, tenemos que reconocer esa tentación y no dejarnos dominar. Pero además necesitamos buscar la presencia del Todopoderoso, para pedirle que cure ese miedo enfermizo y que nos haga fuertes por dentro. Con su poder podemos enfrentarlo todo, y él puede ser nuestro Salvador también cuando tengamos que enfrentar dificultades. Un problema no podrá terminar con mi vida si yo confío en el amor y en el poder.

    Del libro «Un estímulo todos los días», de Monseñor Víctor Manuel Fernández

  • Cuando la fruta no alcance

    Una vez un grupo de tres hombres se perdió en la montaña, y había solamente una fruta para alimentarlos a los tres, quienes casi desfallecían de hambre. Se les apareció entonces Dios y les dijo que probaría su sabiduría y que dependiendo de lo que mostraran les salvaría. Les preguntó entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel problema y que todos se alimentaran.

    El primero dijo: «Pues aparece más comida», Dios contestó: «Es una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezca mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se tiene.»

    Dijo el segundo: «Entonces, haz que la fruta crezca para que sea suficiente», a lo que Dios contestó: «¡No! La solución no es pedir siempre la multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.»

    El tercero dijo entonces: «Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance». Dios dijo: «Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y se empequeñece delante de mis ojos, verá mi favor y misericordia.»

    Pídele a Dios que te haga pequeño… ¡Haz la prueba!

  • Siempre puedes estar orando

    No hace falta que te eches de rodillas al suelo para poder orar. Pues de hecho, en todo lo que haces deberías orar y tener «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.» (Heb. 12:2)

    Orar es como respirar, como respirar constantemente el Espíritu Santo. ¡Mantente en todo momento en comunicación con el Señor, pensando en Él constantemente, y Él te ungirá y te guiará con Su Espíritu en todo lo que hagas! ¡Si oras por cada cosa que haces y le pides a Dios que te dé sabiduría, Él prometió que te la daría! (Stg. 1:5)

    El Señor puede ahorrarte un montón de trabajo, problemas y tiempo si oras antes de comenzar cualquier tarea. Ora y pídele al Señor que te ayude y te guíe, aunque sólo se trate de una palabra: «¡Jesús, ayúdame, por favor!» Puedes orar en una fracción de segundo y recibir la respuesta a tu oración enseguida, pero si te apoyas en tu propia prudencia o en tu propia sabiduría ¡tal vez cometas un error lamentable!

    De modo que «¡ora sin cesar!» (1 Tes. 5:17) Consulta todo con el Señor, cada problema, cada decisión, y asegúrate de estar haciendo lo que Él quiera que hagas. «¡Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas!» (Pro. 3:6)