En una fábrica había un grupo de operarios que eran infelices. Su sueldo era bueno, sus horas de trabajo eran las adecuadas, las condiciones de trabajo eran excelentes. Estos operarios admitían todo eso; no obstante su descontento era marcado. La gerencia estaba perpleja y preocupada.
Finalmente, se llamó a un psicólogo industrial. El profesional estudió la situación y descubrió que el problema estaba en los zapatos de los trabajadores. Los operarios tenían que estar de pie por largos períodos de tiempo y sus pies y piernas quedaban extremadamente cansados porque sus zapatos no eran los adecuados para ese tipo de esfuerzo. La fatiga que comenzaba en sus pies se desparramaba por los nervios.
Y así cualquier dificultad, por pequeña que sea, se transformaba en un problema serio. La empresa mandó a hacer zapatos especiales y el descontento desapareció.
Frecuentemente lo mismo pasa con nosotros. La cosa más simple nos afecta. Un día desagradable nos arruina toda la semana. Una palabra dura pone fin a una amistad. Un mal hábito deteriora un carácter. Una pequeña preocupación da inicio a una cadena de preocupaciones.