Un beso en la boca, una caricia detenida, un abrazo firme y prolongado, una mirada cómplice y llena de deseos. Éstas son expresiones de esa profunda necesidad de encuentro que llevas dentro, aunque pretendas apagarla en el trabajo o en el aislamiento.
Más allá del placer sexual o de las necesidades más groseras que a veces nos poseen, lo que en realidad necesitamos es un encuentro de amor que nos haga sentir que podemos hacer feliz a otra persona y que todavía podemos dejarnos cautivar por alguien.
Los jóvenes en el noviazgo saben de qué estoy hablando, pero también lo saben las personas de cualquier edad que se enamoran en serio. Sin embargo, con el paso de los años, cualquiera advierte que se produce cierto desgaste, que la relación de pareja ya no brinda ese temblor y ese estremecimiento emotivo que nos ayudaba a sentirnos vivos. Entonces llega el momento de recordar que lo más grande es haber decidido pertenecerle a otra persona, hacer alianza con ella, más allá del vaivén de las sensaciones.
Pero también es el momento de recordar que la necesidad de amor más intensa que llevamos clavada en lo hondo de las entrañas, en definitiva, es la necesidad de Dios que él mismo nos puso dentro desde el primer instante de nuestra existencia. Todo lo demás es un signo, un llamado, un pequeño anticipo. Todo lo demás es un reflejo de ese abrazo inexplicable de Dios, de ese beso divino colmado de vida y de ternura que te hará estremecer como ni siquiera podrías imaginar.
Mons. Víctor Manuel Fernández