El fiador

Había una vez en una escuela un muchacho tan malo que el maestro ya había perdido todas las esperanzas de hacerle cambiar, no valían para él los castigos, ni tampoco los golpes, era uno de esos que llaman «casos imposibles».

Cierto día, cuando acababa de cometer cierta fechoría, lo castigaron delante de todos los muchachos de la escuela para que a la vez sirviera de ejemplo. Pero cuál no sería la sorpresa de los profesores, hasta del mismo niño travieso, al ver que entre las mesas se levantaba otro muchacho mucho más pequeño que él, quien dijo a los profesores:

– No le peguen más, por favor; denme a mí los castigos que él merezca.

Hubo unos momentos de silencio en toda la clase, nadie se atrevía a hablar, los maestros se miraban unos a otros con mirada extraña, hasta que optaron por aplicarle los castigos que merecía el delincuente. Las lágrimas de éste no tardaron en correr cara abajo al ver la abnegación de su compañero, y esto fue el mayor estímulo para que se hiciera el firme propósito de portarse bien, para que el otro no tuviera que recibir los azotes de su castigo.

Desde entonces, aquel niño, que parecía un caso imposible, llegó a ser un modelo para los otros alumnos de escuela.

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