Se cuenta que en cierta ocasión una pobre mujer demandaba del sultán de Turquía una indemnización por la pérdida de su propiedad.
– ¿Cómo la perdiste? -se le preguntó.
– Me dormí y los ladrones vinieron y me robaron.
– Pero ¿por qué te dormiste? -le preguntó el sultán.
– Me dormí, porque creí que vos estabais despierto.
Al sultán le agradó aquella respuesta y la confianza que ella tenía en su gobierno, y ordenó que se le pagase lo que había perdido.
Se espera que los gobiernos humanos vigilen el interés de sus gobernados; pero muchas veces fracasan. Afortunadamente no es así con el gobierno de Dios: el Señor jamás duerme.