El lobo

Todos los pastores, en la vieja aldea, estaban muy preocupados; cada noche una jauría de lobos salía de sus escondites para atacar a las indefensas ovejas, dejando a varias de ellas muertas o malheridas.

Los vecinos no podían vigilar los extensos campos de pastoreo y además sentían miedo pues pensaban que ellos también podían ser agredidos, por eso, decidieron reunirse en un claro del bosque, para buscar una solución definitiva a esa desgraciada situación.

Estuvieron conversando varias horas, sentados alrededor de una fogata. La noche era especialmente bella, la brisa hacía temblar las llamas suavemente y la luna, perfecta en su redondez completa, alumbraba el lugar.

Finalmente los vecinos llegaron a un acuerdo, había que exterminar a la jauría asesina, encontrando la forma más eficaz, con armas, trampas o venenos y cuanto más rápido, mejor.

Entonces pidió la palabra un pastor que vivía en las afueras y no aparecía muy seguido por el pueblo, era Ramón, un hombre bueno y respetado, aunque solitario y algo extraño.

-Yo no acepto que los matemos, ellos sólo buscan comida y por eso matan, igual que nosotros. Propongo que cuando carneamos las ovejas, juntemos los sobrantes y se los dejemos a los lobos para que se alimenten. Si están satisfechos no se acercarán a los rebaños.

Algunos se fastidiaron y otros se rieron ante la inocencia del buen hombre; la propuesta no fue aceptada y se decidió eliminar a los lobos.

Terminada la reunión, cada uno fue rumbo a su casa, todos, menos Ramón, él tomó el camino que conducía al bosque.

Cuando Ramón llegó hasta donde estaban los lobos, la luna llena había perdido su brillo, por eso nadie vio cuando lanzando fuertes aullidos, apoyó sus manos y sus rodillas en el suelo, transformándose en un lobo más.

Luego se unió a los otros y partió con ellos hacia la aldea, a matar ovejas para comer, como siempre.

Y nadie volvería a ver por el pueblo al bueno de Ramón… hasta la próxima luna llena.

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