¿Hay en el mundo alguno más pobre que yo?

Un hombre, caminando, hablaba consigo mismo, como hacen de costumbre aquéllos que en la vida no tienen amigos con quienes confiarse.

– He ahí -decía-, nadie es más pobre que yo; tenía un sombrero y me lo sopló el viento; tenía un manto y me lo han robado; tenía un bastón y he tenido que quemarlo para hacer fuego; tenía un tazón para el alimento y la bebida y el río me lo ha llevado; no tengo más que las manos para recoger agua para beber. ¿Hay en el mundo alguno más pobre que yo?

– Yo, hermano.

El hombre se voltea y ve delante de sí al Señor vestido de peregrino.

– Yo soy más pobre que tú. Tú, si tienes sed, puedes recoger agua con las manos: yo no, porque me las han perforado.

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