¡Ámense!

La anécdota la recoge San Jerónimo en sus Comentarios sobre la Epístola a los Gálatas.

El bienaventurado san Juan Evangelista, al final de sus días, cuando moraba en Éfeso, apenas podía ir a la Iglesia sino en brazos de sus discípulos, y no podía decir muchas palabras seguidas en voz alta; no solía hacer otra exhortación que ésta: «Hijitos, ¡ámense unos a otros!»

Finalmente, sus discípulos y los hermanos que le escuchaban, aburridos de oírle siempre lo mismo, le preguntaron:

– Maestro, ¿por qué siempre nos dices esto?

Y les respondió con una frase digna de Juan:

– Porque este es el precepto del Señor y su sólo cumplimiento es más que suficiente.

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