Hablando de Fe

Se dice que el equilibrista más grande de todos los tiempos estaba haciendo preparativos para fijar un cable a través de las cataratas del Niágara y cruzarlas haciendo equilibrio.

Y al fin llegó el día en el que todo estaba preparado, se había convocado a una muchedumbre, tanto periodistas como curiosos estaban allí. Entre la multitud había una anciana admiradora desde su juventud de este equilibrista, estaba emocionada, ansiosa de ver aquel espectáculo. Y es que no era para menos, ella era una invitada especial.

De pronto el equilibrista se le acerca y le pregunta:

¿Usted cree que yo soy el mejor del mundo?

-responde ella.

¿Y usted cree que yo puedo cruzar las cataratas a través de este cable?

Por supuesto -responde ella. ¡Usted es el mejor de todos los tiempos!

Entonces -responde él-, suba sobre mis hombros y crucemos juntos las cataratas.

La anciana, impávida, asustada y ahora incrédula ante tal invitación le responde con un rotundo «¡NO!«.

Esta historia me recuerda a nuestra relación con Dios, todos decimos creer en Él, pero cuando se trata de confiar en Él, ponemos cualquier excusa. Una cosa es creer que Él es Dios y otra cosa es creerle a Él. Una cosa es tener una religión, cualquiera que esta sea, en la cual decimos amar a Dios, y otra cosa es tener una relación de amistad y amor con Él.

Todos tenemos Fe, fe en nosotros mismos, en el equipo de football que nos gusta, Fe en un sistema político, etc. Es decir que todos tenemos la capacidad de creer en algo o en alguien, aún los ateos se tienen fe a si mismos. Pero cuando se trata de confiar en Dios, nuestros pensamientos nos llevan a creer solo en lo que vemos.

No se trata de ver o sentir a Dios, se trata de creerle, de tener plena fe en Él, de tener la humildad de sabernos necesitados y por lo tanto rendirle nuestro corazón.

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