Mira las hormigas

El hecho sucedió en el sudoeste asiático, en el siglo XIV. El ejército del conquistador asiático, emperador Tamerlane (descendiente del Gengis Khan), había sido derrotado y dispersado por un poderoso enemigo. El mismo Tamerlane estaba escondido en un establo abandonado mientras las tropas enemigas recorrían la comarca.

Estando allí, desesperado y vencido, Tamerlane observó a una hormiga tratando de llevar un grano de maíz por una pared perpendicular. El grano era más grande que la hormiga. El emperador contó sesenta y nueve intentos de la hormiga por llevar el granito. Sesenta y nueve veces se le cayó. Desandaba y volvía a comenzar. Pero en la número setenta logró empujar el maíz por la pared hasta su meta.

Tamerlane se puso de pie de un salto y gritó: «¡Yo también triunfaré!». Y así fue. Reorganizó sus tropas y puso al enemigo en fuga.

¿Cuál es nuestra reacción después de un revés? ¿Nos escondemos, avergonzados, como si el fracaso fuese el final de todo? O, ¿con confianza nos sacudimos el polvo, llenamos el pecho del aliento de la Fe y recomenzamos, seguros de que la victoria vendrá?

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