Tenía toda la apariencia de una piedra común. Estaba redondeada, y era de color gris. Parecía una papa, y por cierto, papa la llamaban. La piedra estaba de venta en una exposición de minerales poco comunes en Plano, Texas.
Un hombre la compró por diez dólares, se la llevó a su casa y la cortó con una sierra. Dentro de la piedra, tosca y vulgar, había un zafiro de 1.154 quilates. Cortado y pulido por John Robinson, pulidor profesional de piedras preciosas, el zafiro adquirió un valor que nadie pudo haber imaginado: ¡tres millones de dólares! «¡Es un zafiro absolutamente fantástico -exclamó Robinson-, el mejor que he visto en mi vida!»
Nuestros ojos tienen la capacidad de fotografiar objetos, personas, escenas, etc.; en todo ello se observan colores, formas y tamaños; según esos elementos nos formamos una opinión y un juicio. Por tendencia natural nuestro juicio se basa en lo que podemos ver, tocar o sentir, es por esa razón que muchas veces juzgamos a las personas por su aspecto físico, por su olor, por su ropa y en otros casos por su estatus social, por el vehículo que conduce o por la zona donde vive.
Nuestros ojos naturales no tienen la capacidad de ver más allá de la piel, no pueden ver el corazón. Dios es el especialista en ver corazones y saber lo que mueve a las personas. Sólo tú y Dios conocen tus intenciones y motivaciones y Él ve en ti ese zafiro que nadie mas ve o ve una piedra que necesita ser pulida; hasta que Él trabaja en ti, es cuando las personas pueden ver a una piedra común transformada en una piedra preciosa.