Gam ze iaavor

En la tradición judía se relata que cuando el rey David se encontraba en los umbrales de la muerte, llamó a su hijo y sucesor, Salomón, para la despedida final.

Salomón era joven, inexperto y estaba muy preocupado por la corona que pronto sería suya. Le rogó a su padre que le dejara algo que pudiera serle de ayuda en tiempos de crisis. Su padre le dio un joyero que contenía un anillo. «Cuando te encuentres en aprietos», dijo David, «abre este estuche y mira la inscripción del anillo. Pero cuando te encuentres en la cima del bienestar, vuelve a abrirla y entonces mira la cara interna del anillo. Que Dios sea contigo, hijo mío». Y murió.

Los años pasaron y Salomón se encontró asediado por problemas graves, de todo tipo y color. Incluso estuvo separado de su cargo de rey por un tiempo. Salomón estaba abatido y apesadumbrado cuando recordó el consejo de su padre y abrió el joyero. En la cara del anillo leyó las palabras hebreas: Gam ze iaavor que significan «Esto también pasará». Se sintió profundamente reconfortado por el mensaje y volvió a tomar el control de su destino con confianza y decisión.

Se superaron los obstáculos. Se disipó la rebelión. Luego comenzó una época de auge y florecimiento sin igual, a raudales se incrementaban sus riquezas y hacía gala de su sabiduría. Tener tanto poder era otro logro supremo que enriquecía el orgullo de Salomón y aumentaba su sensación de ser invencible. Pero, no olvidó abrir el joyero, extraer el anillo, mirar la inscripción grabado en su interior y leyó: Gam ze iaavor, «Esto también pasará». También la riqueza, la fama, la gloria, la pompa, todo el lujo pasaría.

Y así fue como Salomón se convirtió realmente en el ser humano más sabio de todos los tiempos.

El mensaje de la historia es sencillo de comprender: todo lo de este mundo pasa, tanto lo que sentimos como malo, como aquello que sentimos como bueno. Lo importante está en no quedarse empantanado en el mundo de las sensaciones, en el fugaz destello del placer o del dolor, sino que el triunfo se encuentra en ver más allá, en lo que es eterno y no efímero, y concentrarse en trabajar por llegar a ser la mejor persona que podamos llegar a ser.

Este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estamos derrotados; también es para cuando nos sentimos victoriosos. No es sólo para cuando estamos al último; también es para cuando estamos de primero.

Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción es permanente. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas.

Yehuda Ribco

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