El cielo no es límite

Thomas Carlyle, el ensayista inglés, meditaba: «Cuando dirijo mis ojos a las estrellas, las veo contemplarme con lástima desde la serenidad y el silencio del espacio, como ojos que brillan con lágrimas sobre la pequeñez del hombre. Miles de generaciones, todas tan ruidosas como la nuestra, han sido devoradas por el tiempo, y no queda ya memoria de ellas.»

Muy bien expresado, Thomas, hermosamente expresado, aunque no en forma muy adecuada; más bien una verdad a medias a la cual podráamos agregar:

Compadecemos a las estrellas porque su fuego las destruye; mientras que el fuego del Divino Amor y del deseo arde para toda la eternidad en los corazones de los hombres.

Compadecemos a las estrellas, destinadas a la lucha, mientras que nosotros, como hijos e hijas de Dios, estamos destinados a la nobleza de Dios y a la eternidad.

Sí, estrellas de Dios, con todo, no os despreciamos.

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