Etiqueta: pasión

  • Semana Santa en Guatemala

    La Semana Santa en Guatemala, es una mezcla de colores, olores, sonidos y sabores, donde la tradición, el sincretismo y la fe, conviven en estrecha y perfecta armonía. Es una época del año que se vive al máximo, en todo su esplendor y con un total abolengo.

    Sin temor a equivocarme, puedo asegurar, que no hay fechas mas importantes para los guatemaltecos, que los días de la Semana Santa, incluso se ha ampliado y el límite de la semana ha sido superado, a varios días previos y posteriores.

    Pero va mas allá, muchas de las actividades católicas, que son las que dan el origen a la esencia medular de la semana mayor, inician días e incluso meses antes. Oficialmente desde el martes de carnaval, el día previo al miércoles de ceniza e inicio de la cuaresma, el menú en las mesas guatemaltecas, va cambiando sutilmente. De repente, se llena de platillos cuyos sabores solo se pueden disfrutar durante ésta temporada.

    Los millones de feligreses católicos, lentamente, conforme avanza la cuaresma, van cambiando sus actividades, que incluyen reuniones con los vecinos, para organizar la alfombra para la procesión, la adquisición del turno para cargar, la confección de la túnica y demás parafernalia propia de la celebración.

    En las misas vamos viendo como han cambiado los colores y las lecturas litúrgicas, preparándonos para llegar al día mas importante de todos, al mas grande de la semana mayor, al Viernes Santo, donde reflexionamos sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sobre sus enseñanzas y sobre todo, una introspección que nos haga retomar el rumbo si es que lo estamos perdiendo, siguiendo sus enseñanzas.

    Definitivamente, no hay mejor lugar en le mundo para vivir la Semana Santa, que en Guatemala.

    La fotografía es de La Chachi. Pueden disfrutar de mas de sesenta marchas fúnebres, en el especial de Semana Santa, del podcast «Las 6 de la Mañana«

  • Resucitó Cristo, mi esperanza

    Llegue a todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en la maña de Pascua a Jesús resucitado. «Ella corrió hacia los otros discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: He visto al Señor» (Juan 20,18). También nosotros, que hemos atravesado el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito de victoria:

    ¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!

    Todo cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad.

    He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús mi esperanza: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra humanidad.

    Pero María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte y crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona sometida a la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la Misericordia injuriada por la venganza.

    Con la muerte de Jesús, parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad de la noche.

    En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la dureza del mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana.

    Y he aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible, porque está fundada en una experiencia decisiva.

    Queridos hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces -y sólo entonces- ha ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él, porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy, vivo.

    ¡Feliz Pascua a todos!

    SS Benedicto XVI

  • Domingo de Ramos

    Nos encontramos en el umbral de la semana santa. La liturgia de este domingo, con la procesión y la proclamación de la Pasión del Señor, nos introducen en el misterio de Cristo, de su ingreso solemne a Jerusalén y nos preparan para los eventos del triduo pascual.

    La procesión inicia con la proclamación del evangelio de Marcos (14,1 – 15,47) y se continúa avanzando por el camino entre aclamaciones con ramos de olivo y palmas, cantos y oraciones. Celebramos así la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; la entrada del «príncipe de la paz», pero entrada que esconde también los trágicos acontecimientos de la pasión.

    La procesión nos habla de nuestro caminar por la vida, nos dice de un «avanzar», de un progresar» sin solución de continuidad. Nuestra vida pasa y nosotros pasamos con ella. Hombres y mujeres, peregrinos, viajeros, que no tenemos aquí nuestra patria definitiva. En este caminar nos precede y nos guía la cruz de Cristo. Ella es la que da sentido a nuestro acontecer, porque en ella está la salvación.

    La procesión de este domingo posee, ciertamente, un carácter festivo. Festivos son los atuendos que se tienden por el camino, festivos son los cantos de los viandantes, festivos son los niños y monaguillos que aquí y allá agitan sus ramos, a veces ajenos al misterio que se esconde. Festivos y solemnes son los ornamentos litúrgicos del celebrante. Festivo es, en fin, el caminar de toda la asamblea con cantos e himnos inspirados.

    La celebración eucarística posee un tono diverso: más solemne, más reposado, más misterioso, más contemplativo. Explica claramente cuál es el reinado de ese Cristo que acaba de entrar a Jerusalén. Se proclama la pasión según san Marcos. Evangelio sencillo, claro, diáfano, esencial. Nuestra contemplación va pues a Cristo que sufre, particularmente en el huerto de los olivos. La lectura del profeta Isaías nos introduce aún más en el misterio del siervo de Yahveh que, humillado, sabe obedecer.

    El Cristo que padece es el que ha aceptado la misión que el Padre le ha encargado y las consecuencias de la misma.

    P. Octavio Ortiz

  • Busca…

    Busca la humildad, pues la humildad abre las puertas de la paciencia.

    Busca la paciencia, pues la paciencia abre las puertas de la tolerancia.

    Busca la tolerancia, pues la tolerancia abre las puertas de la compasión.

    Busca la compasión y se te abrirán de nuevo las puertas de la humildad.

    Busca lo mejor de los demás para enriquecerte la vida, y da lo mejor de tu vida para enriquecer a los demás.

  • El número cuarenta en la Biblia

    La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio (Génesis 8, 6), de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto (Éxodo 12, 40-41), de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto del Sinaí (Números 33, 40), de los cuarenta días de Moisés (Éxodo 24, 18) y de Elías (I Reyes 19, 8 ) en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública (Mateo 4, 2; Marcos 1, 3; Lucas, 4, 2).

    En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo, y seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida terrena, seguido de pruebas y dificultades, que culminan o desembocan en un lugar o momento feliz. Es, por lo tanto, tiempo de prueba, de espera y preparación, para algo nuevo, mejor y mayor que nos espera y que alcanzamos.

    Uno de los caminos, como el de los 40 días de Jesús en el desierto, es el desapego: de las riquezas, de los honores y de la fama vanidosos, y de los placeres desordenados.

    Apegados a Jesús, obtenemos todo eso multiplicado y purificado, sin el desorden que implica la pasión y el deseo.