Domingo de Ramos

Nos encontramos en el umbral de la semana santa. La liturgia de este domingo, con la procesión y la proclamación de la Pasión del Señor, nos introducen en el misterio de Cristo, de su ingreso solemne a Jerusalén y nos preparan para los eventos del triduo pascual.

La procesión inicia con la proclamación del evangelio de Marcos (14,1 – 15,47) y se continúa avanzando por el camino entre aclamaciones con ramos de olivo y palmas, cantos y oraciones. Celebramos así la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; la entrada del «príncipe de la paz», pero entrada que esconde también los trágicos acontecimientos de la pasión.

La procesión nos habla de nuestro caminar por la vida, nos dice de un «avanzar», de un progresar» sin solución de continuidad. Nuestra vida pasa y nosotros pasamos con ella. Hombres y mujeres, peregrinos, viajeros, que no tenemos aquí nuestra patria definitiva. En este caminar nos precede y nos guía la cruz de Cristo. Ella es la que da sentido a nuestro acontecer, porque en ella está la salvación.

La procesión de este domingo posee, ciertamente, un carácter festivo. Festivos son los atuendos que se tienden por el camino, festivos son los cantos de los viandantes, festivos son los niños y monaguillos que aquí y allá agitan sus ramos, a veces ajenos al misterio que se esconde. Festivos y solemnes son los ornamentos litúrgicos del celebrante. Festivo es, en fin, el caminar de toda la asamblea con cantos e himnos inspirados.

La celebración eucarística posee un tono diverso: más solemne, más reposado, más misterioso, más contemplativo. Explica claramente cuál es el reinado de ese Cristo que acaba de entrar a Jerusalén. Se proclama la pasión según san Marcos. Evangelio sencillo, claro, diáfano, esencial. Nuestra contemplación va pues a Cristo que sufre, particularmente en el huerto de los olivos. La lectura del profeta Isaías nos introduce aún más en el misterio del siervo de Yahveh que, humillado, sabe obedecer.

El Cristo que padece es el que ha aceptado la misión que el Padre le ha encargado y las consecuencias de la misma.

P. Octavio Ortiz

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