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  • No estamos lejos de aprender

    Un niño parcialmente sordo volvió a su casa después de la escuela. En sus manos traía una nota. Era una nota de las autoridades de la escuela, sugiriéndoles a sus padres que lo sacaran de la misma. De acuerdo con estas sabias autoridades, este niño era «demasiado estéril e improductivo como para aprender».

    Luego de leer esta nota la madre del niño señaló: Mi hijo Tom no es demasiado estéril ni improductivo como para aprender. Le enseñaré yo misma. Y eso fue lo que hizo.

    Muchos años más tarde Tom falleció, muchos norteamericanos le rindieron tributo apagando las luces durante un minuto. Era un tributo digno y adecuado para Thomas Alva Edison, que había inventado la bombilla eléctrica, el cine y el fonógrafo. Patentó miles de inventos. También tenía el don de dar palabras motivadoras y poderosas.

    Ni nosotros ni nadie con los que trabajamos están lejos de aprender. Nadie está más allá de descubrir nuevos caminos para expresar talento, entusiasmo, creatividad y amor. Nadie está exento de recibir afecto y aliento.

    Nunca abandonemos las cosas buenas que hacemos, no importa lo que digan los demás. Perseveremos y alentemos a los otros para que sigan su curso también. Nuestro Padre celestial no nos ha abandonado a ninguno de nosotros jamás. Y nunca lo hará.

  • María está cerca de cada uno de nosotros

    Esta poesía de María -el Magníficat- es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un «tejido» hecho completamente con «hilos» del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

    Se puede ver que María, por decirlo así, «se sentía como en su casa» en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba impregnada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

    Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

    Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

    María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

    Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro» de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

    Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como «madre» -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

    Papa Benedicto XIV

  • Si tu esposo y tu papá se parecieran a San José…

    San José es el más grande de los santos después de María. Es modelo de prudencia, de obediencia heroica, de disponibilidad pronta, de justicia, desprendimiento y pureza. Padre ejemplar y esposo solícito, lleno de fe, amor y respeto por Dios y los hombres. Elegido por Dios para ser el guardián, proveedor y protector de su Hijo y de su Madre Santísima.

    Si todos los esposos y padres de hoy fijaran su mirada en San José como modelo y lo imitaran en sus virtudes, nuestras familias serían más fuertes y en ellas reinaría la fe, la unidad, el equilibrio y la armonía.

    Pidamos por los hombres que han sabido ser fieles, por los padres abnegados, honestos, valientes, leales, para que no pierdan de vista el modelo a seguir que dejó San José. Pidamos también por los esposos infieles, por los desobligados, por aquellos que han abandonado a sus esposas, hijos, familia, y por todos los que atraviesan por algún momento difícil en su matrimonio o en su misión como padres, para que encuentren en San José un ejemplo a seguir.

    La oración es, sin duda, el arma más poderosa que tenemos los cristianos para luchar contra los embates del enemigo.

  • María, eres mi madre y mi maestra

    ¡Oh, María, no sólo eres mi madre, sino también mi maestra, y quiero ser una obra maestra en tus manos! Alfarera divina, estoy ante ti como un cantarillo roto, pero con mi mismo barro puedes hacer otro a tu gusto. ¡Hazlo! Toma mi barro, el barro de mis dificultades, de mis problemas, de mis defectos, de mis pecados. Toma ese barro, ese barro que se ha deshecho tantas veces por obra de Satanás, del mundo, de las tentaciones, de la carne, y construye otro cantarillo nuevo, mejor que el del principio. Quiero ser santo en tu escuela, María; quiero ser un gran sacerdote en tu escuela, quiero ser un gran apóstol en tu escuela, María de Nazaret.

    Quiero, en la escuela de María de Nazaret, aprender el arte de vivir. Maestra, sobre todo, del amor a Jesús. Si en algo ella ha sido maestra, ha sido en el amor. Por eso, si es el amor el que nos va a salvar, el único que nos va a salvar, nos importa ir a esa escuela donde hay una maestra sublime, excelsa, en el arte, precisamente, de amar. Ninguna criatura ha amado tanto, y tan bien como María, a Dios. Ninguna criatura ha amado y ama a los hombres como Ella, porque es su Madre. Por tanto, Ella es la persona que mejor nos puede enseñar a nosotros a amar.

    Se es fiel, sólo por amor. Se es auténticamente feliz, sólo en el amor. Se es idéntico, sólo amando. Si esto es verdad, la gran fuerza, la única fuerza, capaz de arrancarnos de nuestro egoísmo y lanzarnos hacia Dios y hacia nuestros hermanos, es el amor. Pues bien, María de Nazaret tiene una escuela de amor. Es una maestra insigne, y a nosotros, sus hijos predilectos, nadie mejor que Ella nos puede enseñar el amor.

    María, se ha dicho, es el camino más corto y más hermoso para llegar a Jesús. El camino más fácil para conocer al Hijo es el corazón de su Madre. Yo tendré un santo orgullo en decir que fue María Santísima quien me abrió la puerta del Corazón de Jesús. Quien me enseñó a amarlo.

    Decía San Pablo, también, «¿Quién me arrancará del amor a Cristo?» Yo quiero decir lo mismo, pero añadir también estas palabras: «¿Quién me arrancará del amor a mi Madre?» Un santo decía: «Creo en mi nada unida a Cristo.» Yo también quiero decirlo: «Creo en mi nada unida a Cristo.» Pero también quiero decir: «Creo en mi nada unida a María Santísima.»

    P. Mariano de Blas LC

  • La herencia

    Pertenecía a su bisabuela y él sabía que debía ser muy cuidadoso. El jarrón era uno de los tesoros más preciados de su madre. Así se lo había afirmado.

    El jarrón, puesto en alto, estaba fuera del alcance de sus pequeñas manos, pero de alguna manera lo logró. Solamente quería ver si el delgado borde de capullos de rosas iba todo por detrás. Él no se dio cuenta que las manos de un niño de cinco años, a veces son torpes y no están hechas para sostener delicados tesoros de porcelana.

    Se hizo pedazos cuando golpeó el suelo y él comenzó a llorar. El llanto se transformó pronto en un sollozante gemido, que iba haciéndose más y más fuerte. Desde la cocina su madre oyó llorar a su hijo y vino corriendo. Sus pisadas apresuradas resonaron en la sala y doblaron la esquina. Ella entonces se detuvo, lo miró y vio lo que él había hecho. Entre sollozos, él pudo pronunciar dificultosamente las palabras: «rompí… el jarrón».

    Y entonces su madre le dio un regalo. Con una mirada de alivio, su madre dijo: «Oh, gracias a Dios. ¡Pensé que te habías lastimado!» Y lo sostuvo tiernamente hasta que sus sollozos desaparecieron.

    Ella fue perfectamente clara, él era su tesoro. A pesar de ser ya un hombre maduro, es un regalo que sigue manteniendo en su corazón.