Unos cuantos años después de que yo nací, mi padre conoció a un extraño en nuestra pequeña población. Desde el principio mi padre quedó fascinado con este recién llegado encantador personaje y enseguida le invitó a que viviera con nuestra familia. El Extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros. Mientras yo crecía nunca pregunté su lugar en mi familia, en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial.
Mis padres eran instructores complementarios: mi mamá me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi papá me enseñó a obedecer. Pero el Extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias. Si yo quería saber cualquier cosa de política, historia o ciencia, él siempre sabía las contestaciones sobre el pasado. ¡Conocía del presente y hasta podía predecir el futuro!
Llevó a mi familia a las Olimpíadas. Me hacía reír y me hacia llorar. El Extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba. A veces mi mamá se levantaba temprano y callaba mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que el Extraño tenía que decir, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. Ahora me pregunto si ella habrá rezado alguna vez para que el Extraño se fuera de nuestra casa.