Etiqueta: Dios

  • El zapatero

    Había una vez un zapatero que vivía en extrema pobreza y no había momento que no se quejara con Dios por la humilde situación en que vivía, ya que no podía cubrir ni sus mínimas necesidades con lo que ganaba en su trabajo.

    Un día llego Jesús al negocio del zapatero y le dijo: «Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y como ves, éstas están rotas e inservibles. ¿Podrías tú reparármelas, por favor?» El zapatero le contestó: «¿Que acaso no ves mi pobreza? Estoy lleno de deudas y estoy en una situación muy pobre, ¿y así quieres que te repare sin costo tus sandalias?»

    Jesús le dijo entonces: «Si me las arreglas, te puedo dar lo que quieras.» El zapatero lo miró desconfiado y le dijo: «¿Inclusive me puedes dar el millón de dólares que necesito?»

    Jesús le contestó: «¡Claro! Es más, te puedo dar 100 millones, pero a cambio tendrías que darme tus piernas.» El zapatero le respondió: «¿De qué me sirven 100 millones si no tendré mis piernas?»

    Jesús insistió y le dijo: «Bueno…Te daré 500 millones si me das tus brazos.» El zapatero replicó: «¿Para qué quiero 500 millones si ni siquiera voy a poder comer yo solo?»

    Jesús le habló de nuevo y dijo: «Te puedo dar mil millones si me das tus ojos.» El zapatero contestó asustado: «Y dime, ¿para qué me sirve tanto dinero si no podré ver el amanecer, ni a mis hijos, ni a mi esposa, ni todas las cosas bellas que existen en este mundo?»

    Jesús, con una dulce sonrisa, le dijo: «Ay hijo mío… Tú dices que eres pobre, pero te he ofrecido ya hasta mil millones y los has rechazado. ¿No te das cuenta que no cambiarías las partes de tu cuerpo por todo el dinero del mundo? Tienes una fortuna, y no te has dado cuenta.»

    En ocasiones no distinguimos a simple vista las cosas importantes que hay en nuestro alrededor, incluyendo a nuestros seres queridos, por lo que todos los días cada uno de nosotros debemos agradecer a Dios por la vida, ya que es lo más importante que tenemos y disponemos como seres humanos.

  • ¡A salvo en casa!

    En Portugal, un misionero inglés llamado Eric Barker sirvió al Señor por más de 50 años. Durante la Segunda Guerra Mundial la situación era tan crítica que fue aconsejado a que enviara a su esposa y sus ocho hijos a Inglaterra para que estuvieran más seguros. También su hermana y sus tres hijos fueron evacuados en el mismo barco. Aunque sus amados parientes se vieron obligados a irse, él permaneció allí para continuar con la obra.

    El domingo siguiente se levantó delante de la congregación, y dijo: «¡He recibido noticias de que toda mi familia está a salvo en casa!» La congregación dio un suspiro de alivio. Se cantaron los himnos, el sermón fue predicado, y el pastor saludó a su gente en la puerta cuando salían para ir a comer a sus casas.

    Más tarde, su congregación llegó a saber el pleno sentido de sus palabras. Precisamente antes de la reunión, se enteró por medio de un telegrama que un submarino había lanzado un proyectil al barco, y que todos los que estaban a bordo se habían ahogado. No hubo ni un sobreviviente.

    Él sabía que debido a que su familia eran todos creyentes, habían llegado a «un puerto que deseaban» (Salmo 137:30). Aunque abrumado por el dolor, pudo ir más allá de las circunstancias por la gracia de Dios y continuó trabajando por el Señor por muchos años. El conocimiento de que su familia estaba gozando de la gloria del Cielo consolaba su corazón.

  • La limpieza

    La semana pasada tiré «El Preocuparme». Se estaba poniendo viejo y me estorbaba. Me impedía ser yo mismo; no podía actuar a mi modo. Tiré esas inhibiciones; no dejaban lugar para mí.

    Hice lugar para mi «Nuevo Crecimiento», me deshice de mis viejos sueños y dudas.

    Tiré un libro sobre «Mi Pasado». Igual… no tenía tiempo para leerlo. Lo reemplacé con «Nuevas Metas», y empecé a leerlo hoy.

    Tiré los juguetes de mi niñez. ¿Recuerdan cuánto los atesoraba yo?

    Conseguí una «Nueva Filosofía». También tiré la de mucho tiempo atrás.

    Compré algunos nuevos libros también, llamados «Puedo», «Haré» y «Debo». Tiré «Podría», «Haría» y «Debería». Ah, si hubieran visto el polvo…

    Me topé con un «Viejo Amigo». No lo había visto hace bastante. Creo que su nombre es Dios. Sí, realmente me gusta Su forma de ser. Me ayudó con la limpieza y agregó algunas cosas Él mismo, tales como «Oración», «Esperanza» y «Fe». Sí, las puse en mi estante.

    Tomé esta cosa especial y la puse en la puerta principal. ¡La encontré! Se llama «Paz». Ya nada me puede abatir.

    Sí, ahora mi casa está muy linda. Todo se ve bien. Para cosas como «Preocupaciones» y «Problemas», simplemente no hay lugar.

    Es bueno limpiar la casa, especialmente la interior. Deshacerse de tanto realmente hace todo más alegre. A lo mejor tú deberías de tratar.

  • Un verdadero Hombre

    Cuando Dios quiere hacer un verdadero hombre o mujer de Dios, Él lo coloca en medio de alguna gran tormenta; es decir, la tempestad es en donde Dios nos equipa para Su servicio.

    Cuando Dios desea un roble, Él lo planta en un lugar donde es castigado por tempestades, tormentas y lluvia intensa que caen sobre él; y es en medio de esta gran batalla, con todos estos elementos en su contra, en donde el roble gana su fortaleza para convertirse en el rey del bosque.

    La historia del género humano siempre es brusca y tempestuosa. Ningún hombre se ha formado por completo hasta que no se ha sumergido en el fondo de la tormenta y ha hallado el cumplimiento sublime de la oración: «Oh Dios, tómame, quebrántame y hazme firme en la fe que Tu voluntad sea en mí. Amen.»

  • De la pasarela

    François es cantante de ópera. Caminábamos juntos por el margen del río que baña Strasburgo. Conversamos sobre la necesidad del hombre de comprenderse a sí mismo. En determinado momento, pasamos cerca de una pequeña pasarela que cruza el río, y François comentó:

    «Existe quien es capaz de construir puentes entre los seres humanos. Sus trabajos repercuten durante muchos años, y ayudan a la raza humana a crecer. Todo lo que yo tengo para compartir, entre tanto, es la belleza de la música. Cuando estoy en el escenario, un lazo fino, pero suficientemente fuerte, me permite comunicar la poesía de quien escribió las Arias. La belleza nos ayuda a estar más cerca de Dios. Ella puede no tener la fuerza de un puente, pero tiene la utilidad de una pasarela que, aunque aparentemente frágil, cumple su misión de transportar a los hombres sobre las aguas turbulentas».