Cuando yo era una niña y crecía en el oeste de Michigan, siempre celebraba la primavera y las primeras flores el primero de mayo. Hacía un canasto de papel y lo llenaba de todas las flores que encontraba, la mayoría narcisos y violetas. Luego colocaba el canasto a la puerta de mi vecina, tocaba a su puerta, y me escondía rápidamente detrás de un arbusto. Atisbaba para verla cuando abría la puerta y recogía su sorpresa. Cuando ella entraba, yo corría a mi casa.
La belleza de las flores primaverales y el cambio regular de las estaciones nos recuerdan la fidelidad de Dios. Cuando Noé y su familia con los animales salieron del arca después que las aguas decrecieron, Dios les hizo esta promesa: «Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán» (Génesis 8:22). Y ha sido fiel en mantener esa promesa desde entonces.
Demos gracias a Dios hoy por Su hermosa creación y por Su fidelidad al sostener Su mundo y a nosotros.