Etiqueta: Dios

  • Flores primaverales

    Cuando yo era una niña y crecía en el oeste de Michigan, siempre celebraba la primavera y las primeras flores el primero de mayo. Hacía un canasto de papel y lo llenaba de todas las flores que encontraba, la mayoría narcisos y violetas. Luego colocaba el canasto a la puerta de mi vecina, tocaba a su puerta, y me escondía rápidamente detrás de un arbusto. Atisbaba para verla cuando abría la puerta y recogía su sorpresa. Cuando ella entraba, yo corría a mi casa.

    La belleza de las flores primaverales y el cambio regular de las estaciones nos recuerdan la fidelidad de Dios. Cuando Noé y su familia con los animales salieron del arca después que las aguas decrecieron, Dios les hizo esta promesa: «Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán» (Génesis 8:22). Y ha sido fiel en mantener esa promesa desde entonces.

    Demos gracias a Dios hoy por Su hermosa creación y por Su fidelidad al sostener Su mundo y a nosotros.

  • Buscar lo mejor

    Somos lo que elegimos, lo que optamos. Dios no impone nada, solamente ofrece, dejando al hombre la libertad de decidir. Muchos prefieren las joyas, los coches, los caminos fáciles. Hay sendas para los más variados deseos, pero hay cosas que la herrumbre no corroe. Son los ideales nobles, el bien, la fraternidad, la alegría, el Evangelio.

    ¿Por qué será tan difícil preferir la paz en lugar de la guerra; el amor, en lugar del odio; la generosidad, en lugar del egoísmo; la acción, en lugar de la comodidad; la confianza, en lugar del orgullo; el perdón, en lugar de la envidia; el desprendimiento y la pobreza, en lugar de la satisfacción; el corazón de niño, en lugar de la vanidad?

    ¿Por qué será tan difícil elegir al Creador en lugar de la criatura; el sacrificio, la renuncia, lo correcto, lo humano, el deber, en lugar del placer? ¡Ojalá que todos sepan optar: los padres, las madres, los jóvenes, los niños! En todo momento debemos decidir.

    Podemos siempre escoger las cosas mejores: la luz, en lugar de las tinieblas; la comunión de vida, en lugar de la soledad; la unión, en lugar de las separaciones; la verdad, en lugar de la mentira; Dios, los hombres y la familia, en lugar de la evasión y de la irresponsabilidad. Para ser feliz, decídete por lo verdadero, lo justo, lo difícil. Felicidad es sinónimo de sacrificio, de renuncia, de abnegación. En todo tiempo lleva a tus hermanos a vivir la fraternidad.

    El mundo necesita de fraternidad, la que depende de ti y de tus elecciones. Trata con amabilidad a todos. El pasajero que viaja a tu lado no es tu enemigo ni tu competidor. Es un hermano a quien debes tratar con amabilidad. No rezongues con el fin de desahogarte. Busca consolar, más que ser consolado. Y, aunque sea sin darte cuenta, serán recompensadas las benevolencias de tu corazón.

    Nunca es tarde para hacer el bien, para ser hermano, para decir «cuenta conmigo». La decisión es tuya.

    Piensa y resuélvete siempre para lo mejor.

  • Gracias a Dios

    Aunque me tapo los oídos con la almohada y gruño de rabia cuando suena el despertador… Gracias a Dios que puedo oír… Hay muchos que son sordos.

    Aunque cierro los ojos cuando, al despertar, el sol se mete en mi habitación… Gracias a Dios que puedo ver… Hay muchos que son ciegos.

    Aunque me pesa levantarme y pararme de la cama… Gracias a Dios que tengo fuerzas para hacerlo… Hay muchos postrados que no pueden.

    Aunque regaño porque no encuentro mis cosas porque los niños hicieron un desorden… Gracias a Dios que tengo familia… Hay muchos solitarios.

    Aunque la comida no estuvo buena y el desayuno fue peor… Gracias a Dios que tengo alimentos… Hay muchos con hambre.

    Aunque mi trabajo es monótono y rutinario… Gracias a Dios que tengo ocupación… Hay muchos desempleados.

    Aunque no estoy conforme con la vida, peleo conmigo mismo y tengo muchos motivos para quejarme… ¡Gracias a Dios por la Vida!

  • A eso…

    A eso de caer y volver a levantarte,
    de fracasar y volver a comenzar,
    de seguir un camino y tener que torcerlo,
    de encontrar el dolor y tener que afrontarlo…
    A eso, no le llames adversidad, llámale sabiduría.

    A eso de sentir la mano de Dios y saberte impotente,
    de fijarte una meta y tener que seguir otra,
    de huir de una prueba y tener que encararla,
    de planear un vuelo y tener que recortarlo.,
    de aspirar y no poder,
    de querer y no saber,
    de avanzar y no llegar…
    A eso, no le llames castigo, llámale enseñanza.

    A eso de pasar juntos días radiantes,
    días felices y días tristes,
    días de soledad y días de compañía…
    A eso, no le llames rutina, llámale experiencia.

    A eso de que tus ojos miren y tus oídos oigan,
    tu cerebro funcione y tus manos trabajen,
    tu alma irradie, tu sensibilidad sienta, y tu corazón ame…
    A eso, no le llames poder humano, llámale Milagro Divino.

  • Ni siquiera merezco

    Este hombre se llama Juan. Yo lo conozco bien, pues vive en el Potrero. Puedo decir lo que hace cada día. Se levanta cuando no hay luz en el cielo todavía. Almuerza un macro almuerzo y se va a la labor. Ahí trabaja una jornada dura, con el sol de plomo o frío que congela. Su huerto es un jardín bien cultivado.

    Esta mujer se llama Luisa. Es la esposa de Juan. Se afana hora tras hora en sus quehaceres. No sabe lo que es descanso, pero sus cinco hijos andan limpiecitos, y la pequeña casa albea como una blanca sábana recién lavada.

    Juan y Luisa me invitan a comer. La comida es pobre. La comida es rica. Al terminarla ambos se persignan y dicen la sencilla oración aprendida de sus padres:

    «Gracias a Dios que nos dio de comer sin haberlo merecido. Amén.»

    ¿Sin haberlo merecido? ¿Ellos? Entonces, ¿qué puedo decir yo? Rezo también pero en mis labios la frase de acción de gracias es verdad. Yo sí que no he merecido esta comida. Ni siquiera merezco rezar con ellos la oración…