Según un antiguo mito, Procusto era un bandido y posadero que tenía su casa en las colinas, donde ofrecía posada al viajero solitario.
Allí lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro donde, mientras el viajero dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. Si la víctima era alta y su cuerpo era más largo que la cama, procedía a serrar las partes de su cuerpo que sobresalían: los pies y las manos o la cabeza. Si por el contrario era de menor longitud de la cama, le descoyuntaba a martillazos hasta estirarla.
El mito es una metáfora para mostrar cómo vamos siendo moldeados por las expectativas de nuestra cultura y de nuestra familia: para acomodarnos a ellos, recortamos partes de nosotros mismos. En ese proceso de búsqueda de aceptación corremos el peligro de perder nuestra mayor riqueza: Nuestra identidad, Nuestra alma.
Despierta, pon atención y no aceptes la invitación de Procusto. No importa lo mullida que parezca su cama, ni los rodeos que tengas que hacer para evitar caer en ella, consérvate a ti mismo.
Una de las relaciones más importantes en tu vida es la que mantienes con tu propia alma.