La señora Floyd Cook contó una experiencia en su niñez que imprimió en ella la importancia de estar contenta con el trabajo que el Señor da a cada uno.
Ella escribió:
Volví un día llorando de la escuela porque me habían dado sólo una pequeña participación en el programa de los niños, mientras mi compañera obtuvo el papel principal. Después de secar mis lágrimas, mi madre se quitó el reloj y lo puso en mi mano. Preguntó, «¿Qué ves?». «Una caja de oro, una cara y dos manos», respondí. Abriendo el reloj, repitió la pregunta. Yo le dije que veía ruedecillas minúsculas. «Este reloj sería inútil», dijo mi mamá, «sin una de ellas, incluso sin aquellas que casi no se ven.» Esta lección tan gráfica me ha ayudado a lo largo de mi vida a conceder importancia a las pequeñas tareas que se nos pide realizar.
Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios. (1 Co 12, 22)