Manos atadas

Cuenta la historia, que había una vez un hombre normal, un hombre como cualquiera de nosotros. Un hombre con cualidades, virtudes y defectos. Un hombre como tú y como yo.

Una noche, repentinamente llamaron a su puerta y cuando abrió, se encontró con un grupo de personas que habían venido a verle. Eran sus enemigos. Enseguida le ataron las manos y le dijeron que lo hacían porque así no podría hacer nada malo. (Se olvidaron de decirle que tampoco podría hacer nada bueno.)

A continuación se fueron dejando un vigilante en la puerta, para que nadie pudiera desatarle. Al principio el hombre se desesperó y trató de romper las ataduras, pero al final se convenció de lo inútil de sus esfuerzos e intentó poco a poco acomodarse a su nueva situación.

Con el tiempo fue aprendiendo cómo subsistir con las manos atadas. Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos, pero con la práctica llegó incluso a poder comer él solo.

Se acostumbró tanto a su nueva situación que empezó a olvidarse de que antes tenía las manos libres.

Mientras tanto, su guardián le comunicaba día tras día todas las cosas malas que hacían en el exterior los hombres que tenían las manos libres. (Se le olvidaba decirle las cosas buenas que hacían esos mismos hombres con las manos libres.)

Y pasaron los años y el hombre llegó a acostumbrarse a vivir con las manos atadas. Y poco a poco llegó a pensar que gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él no podía hacer nada malo (Aunque no se daba cuenta que tampoco podía hacer nada bueno) y así empezó a creer que era mejor vivir con las manos atadas.

Pasaron muchos años… y un día, unos amigos del hombre atacaron por sorpresa al guardián y liberaron al hombre de las ligaduras que ataban sus manos.

«Ya eres libre», le dijeron. Pero habían llegado demasiado tarde. Las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas.

¿A qué nos estamos adaptando? ¿A qué nos acostumbramos? Cada día que pasa vemos a más y más personas que se acostumbran a vivir atadas a vicios, actitudes y comportamientos del todo destructivos. Y cuando eso ocurre, vemos como normal, cosas que a los ojos de Dios son perjudiciales para nosotros. Sólo tenemos que pensar en cosas como la violencia, el abuso, la violación, la droga, el alcoholismo, la prostitución, el aborto…

El problema es que cuando el hombre no sabe qué hacer con estas situaciones, acaba haciendo leyes que las permiten y que les da la categoría de «normales».

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