El pastor, un misionero norteamericano y su esposa, decidieron que la congregación se responsabilizara unos con otros de formar una cadena de oración, con el propósito que Dios nos mostrara cómo desarrollar las actividades en la iglesia y especialmente encontrar un nuevo pastor, ya que ellos regresarían definitivamente a su país.
Es lamentable, pero como las palabras generalmente se las lleva el viento, hicimos un compromiso de orar por escrito. En unas cintas de papel se escribió el nombre de cada uno y el día y hora que estaríamos utilizando para orar. Estas cintas tomaron forma de eslabón y se pegaron unas a otras como una cadena, y se colgaron en la pared principal de la iglesia, como para recordar en nuestro compromiso.
La verdad es que la gran mayoría nos olvidamos de cumplir con esa promesa. No sólo las palabras se las llevó el viento, sino que también nuestras letras.
Cierto día, en la iglesia el misionero preguntó: «¿Qué ha pasado que la congregación ha roto la cadena y ya no cumplimos con este compromiso?» ¡Nadie habló! Pero un niño de apenas siete años, mirando hacia aquella pared, vio que la cadena de papel que colgaba estaba despegada y suelta en varios lados. Entonces, con su inocencia dijo: «¡Y cómo no se va a romper la cadena si es de papel!»
Esto me hizo pensar que muchas veces nuestro compromiso es tan débil como un fino papelito. ¡Y en ese compromiso ponemos nuestra confianza!