Cuando llegaron al borde del río, el maestro arrojó una moneda de oro al fondo. El discípulo, creyendo que se trataba de un manantial de los deseos, se dispuso a hacer lo mismo, pero la mano del sabio detuvo su acción:
– Nunca olvides que existen cuatro cosas en la vida que jamás se recuperan:
La piedra, después de arrojada.
La palabra, después de proferida.
La ocasión, después de perdida.
El tiempo, después de pasado.
Durante un tiempo, ambos callaron y vieron pasar el agua, un agua que nunca más volvería… El discípulo, inmerso en este pensamiento, se atrevió a romper el silencio:
– ¿Por qué ha arrojado algo tan valioso al río, maestro? No le veo sentido…
– Para que recuerdes que esta lección no tiene precio. -contestó el sabio.