Hu-Ssong llevó a sus discípulos a una habitación oscura.
– ¿Qué ven? -les preguntó.
– Nada, maestro -le respondieron ellos-. La oscuridad es absoluta y no nos deja ver.
Hu-Ssong dio una palmada y se encendieron al mismo tiempo mil lámparas de intensa luz.
– ¿Qué ven ahora? -les preguntó otra vez.
– Nada, tampoco -dijeron los discípulos-. Esta luz cegadora nos impide abrir los ojos para ver.
– Aprendan, pues -les enseñó Hu-Ssong-, que ni en la luz absoluta ni en la completa oscuridad el hombre puede ver. Por eso estamos hechos de luces y de sombras, para podernos ver los unos a los otros. Ay de aquél que no perdone la oscuridad que hay en el alma de su hermano, pues no lo podrá ver, y estará solo. Y ay de aquél que no busque poner luces en su oscuridad, pues a sí mismo se perderá también.
Así dijo Hu-Ssong. Y concluyó:
– Estamos hechos de sombras. ¿Dónde mejor que en nosotros puede brillar la luz?