Dios honra a hombres que cumplen Su Palabra seriamente. Stephen Girard, millonario de Filadelfia, un sábado pidió a sus empleados que vinieran el día siguiente para descargar un navío que acababa de llegar. Un hombre joven caminó hasta el escritorio y dijo al Sr. Girard:
– No puedo trabajar mañana.
– Muy bien, señor -le dijo-, vaya al escritorio del cajero y él pagará su último sueldo.
Por tres semanas el joven anduvo con paso fuerte en las calles buscando trabajo. Un día, el presidente del banco preguntó al Sr. Girard si podía nombrar a una persona satisfactoria para cajero de un banco nuevo.
Después de reflexionar, el Sr. Girard nombró a este joven.
– ¡Pero yo sé que usted lo despidió! -exclamó el banquero.
– Sí, yo lo hice -respondió Girard-, porque me dijo que no trabajaría el domingo. El hombre que pierde su situación por sus convicciones es un hombre a quien sí puede confiar su dinero.
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