Estábamos pescando en un lago, los peces picaban, y de repente sonó un ruido sordo en la distancia. Levantando la vista vimos una negra masa de nubes por el oeste. El rumor de un trueno nos advirtió de que una tormenta se avecinaba. Pensé que aún había para largo, y no hice caso a mi compañero que quería volver al refugio.
Esperaba que el mal tiempo se iría al norte o al sur, pero he aquí, ¡que ahí lo teníamos! Se levantó una brisa fresca, y a una velocidad increíble las nubes estaban sobre nuestras cabezas. Intentamos poner el motor en marcha. ¡Imposible! Yo lo seguía intentando mientras mi compañero remaba frenéticamente. Las olas espumeaban, llovía a cántaros, el viento de galerna llevaba al pequeño bote de aluminio de aquí para allá como un cascarón.
Como se pueden imaginar, no nos ahogamos, pero yo aprendí una gran lección: ¡No esperar nunca cuando amenace la tormenta!