Era una pobre mujer, tejedora a mano en aquellos tiempos cuando el obrero tenía que rendir largas horas de trabajo en sus tareas. Debido al gran esfuerzo que tenía que hacer para mantener a sus hijos, pues era viuda, enfermó de gravedad. Al fin logró reestablecerse. Entonces su médico le dijo:
– Bien, ya podemos decir que usted está curada. Pronto volverá a su trabajo. Pero una cosa le voy a ordenar: que el domingo lo pase todo el día descansando.
– ¿Es que ni siquiera podré ir al templo a adorar al Señor? -preguntó la mujer.
– No se preocupe, señora. El templo y Dios muy bien pueden pasarse sin usted -le dijo el médico.
– Pero yo no puedo pasarme sin Dios y sin ir al templo -respondió la mujer.