Cuenta una vieja leyenda romana, de un joven llamado Fortunato, quien poseía una bolsa mágica que contenía una sola moneda de oro, la cual se renovaba milagrosamente cada vez que la sacaba y gastaba, porque la moneda tenía la rara virtud de volver siempre a la bolsa. La Santa Biblia es similar, pues al abrir sus páginas nos enriquecemos con sus enseñanzas. Luego la cerramos, y cuando volvemos a abrirla encontramos las mismas riquezas. La Biblia siempre tiene tesoros incalculables de consejos y orientación.
Un misionero preguntó a una señora si tenía Biblia. Ella se enojó por la pregunta y contestó: «¿Cree usted que soy pagana?»; en seguida llamó a una niña, a quien ordenó: «Corre, saca la Biblia del cajón para mostrarla al señor. » Al poco rato la niña trajo la Biblia cubierta de polvo y telarañas; la señora la abrió y exclamó: «¡Qué suerte! ¡Hacía tres años que había perdido mis anteojos y ahora los encuentro dentro la Biblia!»
Los cristianos no sólo debemos tener la Biblia, sino también leerla y sacarle un nuevo tesoro cada día.
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