Y ahora, ¿dónde estás?

Una buena pregunta para ponerse a buscar. Porque esa es la primera noticia que los discípulos tienen clara: «No está aquí. Ha resucitado». Y si no está aquí, ¿dónde?

La eterna pregunta que nos seguimos haciendo. Te necesitamos, Señor. Y tú nos envías a buscarte a las Galileas de nuestro siglo XXI. «Allí me veréis». Toda la vida, si hace falta, te buscaremos. Para reconocerte, a veces, en los lugares más inesperados de nuestra vida, en los momentos más sorprendentes de nuestra historia.

Nos dejaste dicho que estarías en los pobres. Que lo que hiciéramos con uno de los más pequeños contigo lo estábamos haciendo. Que dar de comer al hambriento era alimentarte a ti, que visitar al preso era ir a verte. Que vestir al desnudo era cubrir tu desnudez. Te reconozco que no es fácil verlo así. A menudo los pobres resultan distantes, extraños, su desposesión amenaza un poco mis seguridades. ¿Y dices que estás en ellos? Enséñame a verte.

Supongo que eso de reunirse «en tu nombre» significa muchas cosas. Significa la celebración de la fe, que de tantas maneras nos congrega. Significa la oración compartida. Significa la caridad que se pone manos a la obra para transformar el mundo porque esa es tu lógica.

Significa que a veces hablamos de ti, alrededor de una mesa, al comentar la homilía del día anterior en familia, al compartir nuestras dudas o nuestras certidumbres. En todos esos momentos, Tú estás ahí. Que nunca faltes de nuestro lado.

Deja un comentario