Cierto día en horas de la tarde y en un calor insoportable, en el camino que me conducía del trabajo a casa, vi a un hombre que caminaba cargando en sus brazos a una niña como de 4 años.
Este señor de aspecto humilde hacía señas para que alguien lo recogiera. En ese momento, yo pensaba en llegar a casa para darme un baño y descansar, pero algo en mi interior me pidió parar y preguntarle hacia dónde se dirigía. Él me dijo que tenía que viajar a más de 140 Km. de donde estaba. Yo estaba a dos cuadras de mi casa, y no tenía dinero para llegar hasta donde el hombre se dirigía, así que le propuse subir y llevarlo unas cuantas cuadras.
En el transcurso del viaje me contó de todos sus problemas, y por lo que estaba pasando con su hija enferma. La acababa de sacar del hospital donde había estado internada debido a que le funcionaba un solo riñón, y para colmo de males, su esposa lo había abandonado.
Mi angustia fue grande, pero me veía imposibilitado de ayudarlo económicamente ya que en esos momentos no tenía dinero, y el combustible de mi vehículo me alcanzaría para unos pocos kilómetros.
Decidí acercarlo a una autopista cercana y dejarlo para que la providencia de Dios tocara a algún automovilista y lo llevara, pero como yo me sentía impactado por todas las cosas que me iba contando, pasé ese lugar y seguí sin parar, tratando de dejarlo lo más cerca posible de su destino. Cuando me di cuenta, ya había recorrido más de 25 Km., así que tomé la decisión de dejarlo en un pueblo cercano. Yo tenía que regresar a mi hogar, mi vehículo estaba sin combustible y me preocupaba que no tenía dinero para regresarme.
No sé cómo, pero ese día yo regresé a mi hogar llorando, no entendía cómo recorrí casi 55 Km. entre ida y vuelta a mi casa y seguía con combustible. La única explicación que encuentro es que Dios ve en lo más profundo de nuestro corazón nuestras buenas obras, y que para Él no hay nada imposible.
Cuando tengas la oportunidad de ayudar, no veas las dificultades, sólo entrégate a las manos del Señor que está en los Cielos y Él nunca te dejará avergonzado, porque todo lo que Dios hace, lo hace muy bien.
Dios permite que el Prójimo se cruce por nuestro camino, para probar nuestros corazones.