Érase una vez un confitero que fabricaba unos dulces en forma de animales y pájaros de diferentes colores y tamaños. Cuando vendía sus dulces a los niños, éstos solían disputar entre sí en términos más o menos parecidos a éstos: «Mi conejo es mejor que tu tigre»… «Puede que mi ardilla sea más pequeña que tu elefante, pero sabe mejor»… y cosas así.
Y el confitero se reía al pensar que los adultos no eran menos ignorantes que los niños cuando pensaban que una persona era mejor que otra.
El que ha alcanzado la iluminación sabe que lo que nos divide es la cultura y las circunstancias, no la naturaleza.