He pasado una semana enfermo, débil, sin ánimo para hacer cosas. Curiosamente, no he dejado de sentir la presencia amorosa de Dios.
Tus fuerzas te abandonan y tú te abandonas ante su presencia soberana. Entonces surge Dios y dice: «No temas, Yo estoy contigo». Y todo cambia. Comprendes que hay un sentido para todo, incluso tu enfermedad.
Por momentos, acostado, me trasladaba con mi mente a una capilla donde esta expuesto Jesús Sacramentado. Me detengo frente a Jesús y lo miro. Y le digo que lo quiero. «Eres mi mejor amigo, Señor». No hacemos más que eso. Pero me siento tan feliz de poder entregarle estos pequeños gestos de amor.
Comprendo lo frágiles que somos los humanos y la grandeza de nuestro espíritu.
Anoche, ocurrió algo significativo. Me dormí profundamente y dormido, en sueños, me puse a rezar. Entonces escuché la voz paternal de Dios que se preguntaba:
– «¿Qué haré contigo?»
Yo, intuitivamente respondí:
– «Devolverme la salud.»
De pronto surgió una pregunta que me estremeció:
– «¿Y qué hiciste con la salud que te di?»
Me vi entonces en un tranque vehicular gritándole al conductor de al lado… luego, molesto con una cajera que no me atendió a tiempo. Surgieron así, en cuestión de segundos, cientos de situaciones similares de las que me avergoncé.
Sin dejar de amarme, Dios preguntó:
– «¿Amaste?»
– «Muy poco Señor», reconocí, «creo que fui egoísta con el tiempo que me diste».
– «Está bien reconocerlo», dijo con ternura… «Tendrás otra oportunidad. Ama y haz todo el bien que puedas».
Entonces desperté.
Algo pasó en ese sueño, que me llenó de esperanza.
La gripe está cediendo y pronto volveré a salir. Pero esta vez seré diferente. Trataré de ver al prójimo como a mi hermano, y estaré más cerca de Dios: amando, ayudando al que pueda.