El ciego

Yumblat, el ciego, nació del seno de su madre con los ojos cerrados. Su madre, que lo amaba, temerosa por el futuro del niño, le enseñó a mirar con sus propios ojos. Ella veía por él, rezaba por él y deseaba por él.

Yumblat se encontraba muy a gusto, pese a ver también con los ojos de su padre; pensaba como su padre, hablaba como su padre y actuaba como su padre.

El niño crecía sin los sobresaltos de la vida, satisfecho con la protección heredada de sus mayores, una existencia segura, sin los peligros de las novedades.

En la escuela, donde los jóvenes debían ser instruidos para pensar por sí mismos, Yumblat aprendió las enseñanzas de sus maestros, quienes, compadecidos del estudiante ciego, le transmitieron la seguridad de su ciencia. Así pudo interpretar los secretos del universo con la sabiduría de sus docentes.

Yumblat se graduó con calificaciones brillantes. Y, lleno de entusiasmo, salió del seno que lo había protegido para enfrentarse solo y por vez primera con la realidad.

Entonces fue cuando descubrió que estaba completamente ciego. «¡Esto es injusto -gritaba-, después de tantos cuidados no tengo capacidad para ser yo mismo!».

Yumblat permaneció incapacitado para conocer el curso de la vida el resto de sus días, porque nadie tuvo la sabiduría de enseñarle a ver con sus propios ojos.

Padre José Alcázar Godoy

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