Oración inicial
Señor mío, Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte. Pedirte la gracia de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese sacrificio. Y agradecerte con obras lo mucho que me amas: ¡Tuyo soy, para ti nací ! ¿qué quieres, Señor, de mí?
Día 3
Rechazar excusas. El cardenal Mindszenty era cardenal en Hungría cuando este país fue tomado por los comunistas. En seguida lo metieron en la cárcel, donde pasó muchos años, años que fueron un martirio. Salió de la cárcel cuando Hungría se independizó de la Rusia comunista; era ya muy mayor y murió al poco tiempo.
Durante los muchos años que pasó encarcelado fue un ejemplo como cristiano por su fortaleza y fidelidad a Dios y a la Iglesia. Una muestra, es, por ejemplo, su firmeza en vivir la abstinencia, que es el mandamiento de la Iglesia que nos manda a los cristianos mayores de 14 años, que vivamos la mortificación de no comer carne los viernes de todo el año. Como sabes, fuera de la Cuaresma la abstinencia de carne se puede sustituir por otro acto penitencial (oración, mortificación o limosna); pero durante la cuaresma no.
Todos los viernes, y sólo los viernes, le daban carne para comer y cenar. El cardenal sabía perfectamente que en sus circunstancias no le obligaba esa ley de la Iglesia, pero jamás tomaba aquella carne. Quería libremente vivir aquella mortificación.
En sus «memorias» escribe este diálogo con el Comandante de la prisión, un día en que el policía no pudo aguantar más aquella actitud:
– ¿Cree usted que son los presos quienes dictan el reglamento en la cárcel?
– No; no creo semejante cosa.
– Pues entonces coma lo que se le da.
– Los viernes no como carne.
– No le daré otra cosa.
– Tampoco pido que me dé otra comida. Pero si me da carne no la comeré los viernes.
– En tal caso, le castigaré.
– Estoy dispuesto a aceptar cualquier castigo.
Aquel día la comida se quedó sobre la mesa. Se la llevaron poco antes de la cena, que también consistió en un poco de carne, La escena se repitió en los sucesivos viernes, hasta que acabaron por dársela los domingos.
Puedes decirle ahora a Dios lo que sigue, pero dándote cuenta de que le estás hablando y Él te está escuchando.
Señor, cuántas veces yo tengo compasión de mí mismo, y me busco excusas para no mortificarme, o no obedecer a mi madre la iglesia. A veces, por el deporte o por el estudio soy capaz de esforzarme y sufrir, y sin embargo cuando lo tengo que hacer por ti me echo para atrás. Si te amase más, sería más generoso y fuerte. Te amo, Señor, pero quiero amarte más. La próxima vez que ante una mortificación me venga a la cabeza una excusa, la rechazaré «porque te quiero». Y, en concreto, seré en la abstinencia de comer carne porque te quiero.
Oración final
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en la Cruz y escarnecido. Muéveme ver tu cuerpo tan herido muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera; pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
Lee acá, mas Reflexiones de Cuaresma.
Texto del P. José Pedro Manglano Castellary tomado del Web Católico de Javier
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