Se cuenta que una señora de edad, viviendo en gran pobreza, se quejaba de su hijo que vivía en Estados Unidos y que era rico. Decía que él era cruel y malagradecido.
«¿Él nunca le manda dinero?» -le preguntaron a ella.
«Ni un centavo…» -contestó. «Manda frecuentemente algunos retratos, pero yo no necesito de retratos, sino de dinero.»
«¿Tiene usted alguno de esos retratos para mostrarme?» -le preguntó el amigo.
«Oh, sí, tengo todos ellos. Están en mi vieja Biblia.»
Cuando los revisó, los «retratos» eran billetes de 50 y 100 dólares, ¡todos nuevos y frescos! ¡Patético! Hambrienta y con abundancia. Así acontece con muchas personas. Dios tiene derramado gracia abundante para todos, pero no lo reconocen.
Así como la señora de nuestra ilustración, muchos de nosotros solemos exigir de las situaciones adversas y de la indiferencia y falta de ayuda de las personas que nos rodean, siendo éste el principal motivo de que fracasemos en la tentativa de alcanzar nuestros objetivos de vida.
En nuestra relación con Dios sucede lo mismo. Colocamos nuestros anhelos, en oración, delante del altar del Señor y no sabemos reconocer sus respuestas. Él nos bendice, nos protege, nos orienta, suple nuestras necesidades, pero murmuramos porque lo que creíamos que era el mejor no aconteció. No percibimos que la respuesta correcta es la que Él nos ofrece. Nadie mejor que el Rey de Reyes para conocer el verdadero camino de la felicidad. Él derrama incontables y abundantes bendiciones sobre nuestras vidas y continuamos a la espera de las trizas pedidas.
¿Continúas lamentándote de todo o sabes reconocer las bendiciones de Dios?