Un valiente y apuesto príncipe tenía un gran deseo de dedicar la vida entera a luchar por la justicia, la paz y el bien de toda la humanidad. «Si el mundo fuera mío…» solía gritar, «lo llenaría de paz, lo haría más humano, ¡lo haría mejor!»
Con estos grandes deseos estaba, cuando San Francisco de Sales, de gran fama en la zona por su sabiduría y humildad, llegó a su aldea y decidió visitarle.
Al llegar, el príncipe le preguntó:
– ¿Qué debo hacer para lograr la paz del mundo?
Y el santo le respondió:
– No dar esos portazos tan fuertes y dejar de gritar cuando hablas.