Viajando por la Mancha, le invitó a comer a Santa Teresa uno de sus amigos en su casa, ofreciéndole, entre otras cosas, unas buenas perdices.
Y como alguno de los sirvientes manifestara su extrañeza de que mujer con fama de tan santa no hiciera reparos al plato delicado, Teresa le aclaró:
«No hay que extrañarse, y conviene distinguir: cuando perdiz, perdiz, y cuando oración, oración.»