Dadme el dedo

Un pobre caminaba por la ruta imperial. De repente vio que venía el emperador y se detuvo. El emperador le tocó con un dedo la bolsa de la limosna y todo se convirtió en oro. El pobre, loco de alegría, le pidió que le tocara un ojo, del cual no veía, y el pobre recobró la vista. Le tocó los dientes perdidos, y los recobró, relucientes de oro.

Mientras el emperador se iba, el pobre le pidió:

¿Podrías darme, señor, una cosa, sólo una pequeña cosa?

A ver, decidme, ¿qué más queréis ya?

Señor, el dedo.

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