La ira no es buena consejera

Sócrates llegó a acostumbrarse a no dejarse dominar por la ira ni el miedo ni la preocupación.

Cuando un día lo insultó uno de sus alumnos, se quedó callado y ni lo regañó ni lo castigó. A los tres días le llamó la atención y le impuso un castigo. Le preguntaron por qué no había regañado y castigado el mismo día de la ofensa, y respondió:

«Ese día yo estaba en cólera. Y todo lo que se hace o se dice con ira o mal genio queda mal hecho o mal dicho.»

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