¿Cómo le hablamos a Dios?

Job, al tiempo que se defendía de las acusaciones de sus interlocutores, hacía reproches a Dios y lo interpelaba: ¿Por qué nací? ¿Por qué no quitarme la vida? ¿Por qué prosperan los malos? ¿Por qué te escondes y nunca contestas? ¿Por qué sufro tanto? ¿Por qué nadie me escucha? ¿Por qué, por qué, por qué?

Sus amigos que lo exasperaban, por fin callaron. Entonces Dios mismo habló y preguntó a Job si era capaz de hacer aunque fuese un único acto divino: ¿Puedes mandar al mar? ¿Al día y a la noche? ¿A la nieve y a la niebla? ¿Puedes influir en el tiempo? ¿Puedes alimentar a los animales que nacen cada primavera? ¿Mandar al avestruz, al caballo, al águila?

Job respondió que no había pensado en todo eso ni había reflexionado en la infinita grandeza de Dios. A tal Dios no se le hacen preguntas ni se le ponen condiciones. Job entendió que había pecado al obrar de esa manera y pidió perdón a Dios. Entonces, cuando Dios le hubo dado a entender todo esto, le devolvió la salud y todos sus bienes.

No nos corresponde pedir cuentas al Señor. Él sabe lo que hace. No lo honramos formulándole preguntas, sino confiando en Él; así entramos en su plan eterno.

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