En el siglo tercero, San Cipriano escribió a un amigo llamado Donato:
Este parece un mundo alegre, Donato, cuando lo veo desde mi agradable jardín… Pero si escalara una elevada montaña y mirara a lo lejos… sabes muy bien lo que vería: bandidos en los caminos, piratas en los mares y hombres asesinados en el anfiteatro para complacer a las multitudes que aplauden…
Sin embargo, en medio de esto, veo personas serenas y santas… Las aborrecen y persiguen, pero a ellas no les importa. Han vencido al mundo. Esas personas, Donato, son Cristianas.
¡Qué elogio! Personas serenas y santas.
Serenas… No detestables. No jactanciosas. No exigentes. Simplemente serenas.
Santas… Separadas. Puras. Decentes. Honradas. Sanas…
Del libro «Promesas inspiradoras de Dios», de Max Lucado y Terri A. Gibbs
Deja un comentario