Llegar a donde estamos

El adviento significa «llegar» y muchas veces escucho a las personas suspirar: ¡Todavía no he aterrizado por completo, déjame primero llegar! En la mayoría de los casos no estamos allí, donde estamos, porque no hemos llegado aún con nuestra alma. El adviento es una oportunidad de dejar llegar con tiempo el alma, y sólo quien está íntegramente allí puede estar abierto a cosas nuevas.

La palabra «aventura» proviene del latín advenīre, llegar, suceder. Cuando Dios viene hacia nosotros, vivimos una aventura y entonces se vienen abajo nuestras acostumbradas certezas, garantías y expectativas. Sin embargo, en la mayoría de los casos tenemos la vista tan fija en nuestras imágenes de Dios, que no nos damos cuenta de su llegada. Estamos esperando algo extraordinario y no observamos cómo Dios llega a nosotros todos los días a través de personas que nos piden algo o de personas que nos regalan una sonrisa. Cada encuentro con una persona es una llegada de Dios a nosotros, que se convierte en un acontecimiento especial cuando estamos abiertos para tal fin.

En el adviento podemos poner de nuevo atención al hecho de que Dios llega en todo momento, viene en los impulsos silenciosos del corazón, toca y quiere entrar en nosotros, pero tal vez estamos demasiado ocupados con nosotros mismos y no escuchamos su llamado.

Cuando tú estás en contacto contigo mismo, en la playa, en la montaña, en tu misma casa, puedes escucharlo y dejarlo entrar, y cuando entra en tu corazón, estás salvado y liberado del distanciamiento y la ruptura interior. Entonces vuelves en sí de otra manera y sabes de nuevo quién eres. En ese momento, has llegado a la meta de tu búsqueda, estás en el centro de tu alegría.

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