Al gusto de Dios

Una mujer, a la que los médicos dieron un par de meses de vida cuando era joven, ahora acaba de cumplir los cuarenta de estancia ininterrumpida en la cama.

Vive en una casita humilde, pequeña, pero limpia y acogedora. Tiene delante de la cama un altarcito donde de vez en cuando algún buen sacerdote le celebra la Santa Misa; incluso los primeros viernes de mes le exponen el Santísimo durante ocho horas. Ama la Eucaristía. Sufre, duerme poco, casi no puede cambiar de postura, pero siempre está alegre.

Ella llama a la enfermedad «don de Dios», «delicia» y «tesoro». Cuando el sacerdote visitante le dice que debe ser duro ejercitarse tanto en la paciencia, responde: «Es dulce, es suave, lo da el Amado.»

No le pide nunca a Dios que le quite los dolores. Su norma es «al gusto de Dios, no al propio».

Se siente misionera desde su cama. Le preguntan si se le ocurre algún símil para expresar lo que quiere ser su vida, y contesta, aunque le cuesta un poco hablar de sí misma, poéticamente:

– Soy un riachuelo oculto por el matorral, que puede fecundar la tierra.

Del libro «El enfermo, peregrino de la esperanza», de Braulio Novella

Deja un comentario