Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta.
Esa ciudad habitada por pozos. Pozos vivientes… pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí, no sólo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conecta con el exterior).
Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos, pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día llegó a la ciudad una “moda” que seguramente había nacido en algún pueblito humano.
La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas.