En Portugal, un misionero inglés llamado Eric Barker sirvió al Señor por más de 50 años. Durante la Segunda Guerra Mundial la situación era tan crítica que fue aconsejado a que enviara a su esposa y sus ocho hijos a Inglaterra para que estuvieran más seguros. También su hermana y sus tres hijos fueron evacuados en el mismo barco. Aunque sus amados parientes se vieron obligados a irse, él permaneció allí para continuar con la obra.
El domingo siguiente se levantó delante de la congregación, y dijo: «¡He recibido noticias de que toda mi familia está a salvo en casa!» La congregación dio un suspiro de alivio. Se cantaron los himnos, el sermón fue predicado, y el pastor saludó a su gente en la puerta cuando salían para ir a comer a sus casas.
Más tarde, su congregación llegó a saber el pleno sentido de sus palabras. Precisamente antes de la reunión, se enteró por medio de un telegrama que un submarino había lanzado un proyectil al barco, y que todos los que estaban a bordo se habían ahogado. No hubo ni un sobreviviente.
Él sabía que debido a que su familia eran todos creyentes, habían llegado a «un puerto que deseaban» (Salmo 137:30). Aunque abrumado por el dolor, pudo ir más allá de las circunstancias por la gracia de Dios y continuó trabajando por el Señor por muchos años. El conocimiento de que su familia estaba gozando de la gloria del Cielo consolaba su corazón.