Diariamente me dirijo al trabajo dos veces, muy distintas entre sí por muchas razones, pero sobre todo por una: por la tarde debo caminar unos cien metros más de lo habitual para ingresar, ya que la puerta principal se encuentra cerrada por seguridad.
Ya hace un año de esta novedad no tan grata para mí y para algunos más. Antes no había distinciones entre mañana y tarde. Esos cien metros se convierten en millones los días de calor, por lo tanto había que encontrar rápidamente un «atajo»… Hasta que un día rompí las reglas de ese nuevo trayecto, al cual me resistía, y mi «atajo» se convirtió en saltar una pequeña pared de no más de medio metro con un poco de esfuerzo. Y así lo hice por muchas tardes…
Una de esas tardes de primavera, llena de sol y aromas, pensé que sería hermoso estar sentada en una plaza absorbiendo todo esa luz… toda esa vida… toda esa fuerza que necesitaba de la naturaleza. Caí a la realidad tan bruscamente que me encontraba nuevamente frente a esa decisión de tomar mi «atajo» o seguir el camino trazado, opté por lo segundo. ¿Saben por qué? Porque como no iba a poder escapar de mi jornada de trabajo para sentarme en una plaza y absorber toda la vida en un gran respiro… tenía la posibilidad de disfrutar de esos minutos llenos de vida que hacían los tan largos cien metros llenos de sol y aromas…
A partir de ese día, prefiero hacer cien largos metros llenos de vida antes que perderlos en un atajo… La esencia de las cosas no se descubre con pequeños caminos alternativos de poco alcance… a veces es necesario recorrer un poco más…