Un hombre en un pueblo del medio oeste comenzó a correr por la calle, gritando «La presa se ha roto». Los hombres en la peluquería le escucharon y al instante se unieron en el pánico, corriendo a la calle gritando «La presa se ha roto».
Las mujeres que andaban de compras en el supermercado oyeron a la multitud y se unieron a ellos. La policía y los bomberos se unieron a la multitud. Pronto la calle estaba llena de gente gritando «La presa se ha roto».
Un anciano corrió tan lejos como pudo y luego se sentó en la acera por un momento y pensó: «He vivido aquí toda mi vida. ¿Qué represa?» La verdad era que no había presa. No había peligro. Sólo había miedo contagioso.
Después de unos minutos, los sonrojados ciudadanos regresaron al pueblo arrastrando los pies, avergonzados por su respuesta colectiva al miedo.
El espíritu de temor se extiende en las alas de la duda y destruye como una plaga.