Hay que mirar a las personas como son

Un profesor de la facultad de medicina, hizo una vez esta pregunta a sus estudiantes:

– He aquí una historia familiar: El padre tiene sífilis. La madre tuberculosis. Ya tienen cuatro niños: el primero es ciego, el segundo murió, el tercero es sordo, el cuarto tiene tuberculosis. Ahora la madre está encinta de nuevo. Los padres acuden a ustedes para que los aconsejen. Están dispuestos a realizar un aborto si ustedes deciden que deberían. ¿Qué les dirían?

Luego de que los estudiantes compartieran varias opiniones, el profesor los acomodó en grupos para que tomaran una decisión final. Después de deliberar, todos los grupos recomendaban decir a los padres que realizaran el aborto.

– Felicitaciones -le dijo el profesor a su clase-, acaban de quitarle la vida a Beethoven.

¿Cuál es la lección para el lugar de trabajo? El valor inherente de una persona y su potencial no depende del respaldo de los padres o su situación social. Dios ha creado a cada persona con valores, habilidades y promesas.

La manera en que tratamos a la gente en el trabajo, o las decisiones de a quién tomar no deberían estar teñidas por el prejuicio que se basa en la raza, estatus económico, apariencia o discapacidad. Puede parecer que exponemos lo obvio, pero también podemos sorprendernos si evaluamos con honestidad la manera de percibir a otros.

Cada persona tiene potencial para sumar música a la gran sinfonía de la vida.

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